domingo, 10 de febrero de 2008

El fin del mundo...o casi

Trás 12 horas de autobus por la árida y agreste Patagonia nuestras “sentaderas” temieron que nuestro trayecto no hubiera merecido la pena. Cuando de repente surgió, ante nuestra agradecida mirada y nuestro suplicante trasero, la luminosa bahía del Canal de Beagle, las escarpadas montañas del Parque Nacional Tierra de Fuego y Ushuaia. Esta ciudad en cada esquina te recuerda que podrías estar en el lugar más austral del mundo. Y es que un ingrediente fundamental que hace que las cosas o las personas nos resulten sugerentes, es su seguridad. Ushuaia conoce sus atractivos y les saca partido. Quizás sí sea la ciudad más meridional o puede que una de las más bellas, sin embargo, los mapas no apoyan su afirmación. Al menos en América del Sur, existen otras poblaciones más allá, en territorio chileno (lo siento Analia, je, je, no es que quiera ahondar en el conflicto territorial sobre los límites de la Patagonia argentino-chilena...).
Los sueños de cruzar el Canal de Beagle y alcanzar la Antártida empezaban a parecer menos irreales, hasta que vimos los precios y concluimos que todavía nos quedaban muchas otras cosas por descubrir.
El cordero patagónico sedujo nuestro estómago, la cerveza artesanal relajo nuestras lenguas y, ayudaron a que nuestros ojos se rindieran a las bellezas de esta tierra. Y como aquí el deporte era la única manera de compensar el “carnivalismo” gastronómico al que sucumbiamos, volvimos a trekinear. Y es que si gran parte de lo que uno es, tiene que ver con lo que come, la gente argentina ¡¡es muy tierna y accesible!! (no es para compensar lo de antes, en serio Analia, ja, ja...) y, Jorge y yo no nos cerramos a nada.
En el “Parque Nacional de Tierra de Fuego” terminaba nuestra etapa patagónica. El origen del nombre "de Fuego" viene de "humo", lo que avistaron los primeros occidentales que llegaron a esta tierra: las barcas flotantes y humeantes de sus pobladores.“El Huanaco” sin embargo era lo que amenazaba: una de nuestras subidas más duras. Su tramo final no era más que un bosque de pizarras. Era tan empinada que te obliga a caminar de puntillas para darte impulso. No sé si las fotos harán justicia a su dificultad, pero desde luego las vistas eran privilegiadas. Un gran premio.

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