El fútbol, ese gran fenómeno de masas que remueve los instintos de todas las clase (los malos y los buenos, por suerte) es algo que tanto Irmina como yo solemos ver desde lejos, pero la unión de palabras como “Brasil”, “Maracaná” o “Flamingo”, a cualquiera le hacen, al menos, querer vivir los porqués de tanto grito frente al televisor.
La experiencia no defraudó. Elegido el equipo y su hinchada (la que más sufría-disfrutaba, por supuesto), sólo había que agitar brazos, puños y gargantas al son de tonadillas incomprensibles pero muy rumbosas, y entre pase a la banda y saque de córner, nos ibamos contagiando de la pasión, cercana a veces a la histeria, con la que los brasileños viven esto. Parecía como si toda la grada cogiera el balón y como el famoso jugador número 12, empujaran a los otros 11 a correr más y más rápido. Y llegaron los goles...
El resultado final, en el último minuto de la segunda parte de la prorroga, 3-2. Por suerte estabamos con los que marcaron los tres...
Después de la simbiosis vista entre el personal y su deporte "rey", quizás Brasil no es el mejor lugar para resolver la eterna disputa... Alguna opinión entre el respetable?
Besos y abrazos a tos.
Pd: esto va pa mis queridos “futboleros”, que estuvieron en mi mente todo el tiempo (cuánto hubierais disfrutao!) y a los que, pese a las jornadas interminables a las que me someteis, quiero una jartá. Un abrazo chavales!!!