lunes, 3 de marzo de 2008

Oh linda!!

Brasil tiene un pasado colonial muy importante que ha dejado una huella histórica, cultural, mestiza y también arquitectónica. Olinda, pequeña localidad declarada patrimonio de la humanidad, forma parte del término municipal de Recife.

El título de esta entrada parece solamente uno de mis “chistes”, pero fue la frase que exclamó el donante de la tierra donde se planeaba esta ciudad: ¡Oh linda localización!, la que le dió nombre.

Mis padres siempre me dicen que pare de viajar y ahorre para una casa, que dentro de poco no me va a quedar nada por conocer. Pero cuanto más viajo, más me doy cuenta de que no tiene fin. Sobre todo cuando al terminar un viaje, comienzo a planear el siguiente. Olinda rescata de mi memoria fragmentos de la Habana Vieja, Trinidad de Cuba, Antigua de Guatemala, Granada de Nicaragua, Coimbra de Portugal...Iglesias barrocas, casas de estilo colonial, aceras empedradas como para torcerle el tobillo a cualquiera, cabinas de teléfono tipo sombrilla de alegres colores, pintadas de batucadas carnavaleras, cientos de campanarios asomados a la Bahía de Recife, tienditas perdidas adornadas con azulejos portugueses y amplios patios de grandes palmerales... Y no son sólo estos recuerdos los que me producen este enganche. También es el placer de moverse de un lado al otro sólo con una mochila y una guía, las conversaciones con viajeros de otros países, unas palabras cruzadas con un nativo en la cola de la compra o en la barra de un bar, descubrir nuevas gastronomías y extraños mercados, conocer de cerca otras realidades sociales, culturales y políticas, vivir al día, compartir cuarto de literas como con mi hermana cuando eramos pequeñas, disfrutar de un bocata de atún o de una ensalada en una palangana...aunque después de todo, ¿qué sería de los viajes sin la gente con la que viajas? Mucho más importantes que el destino. Gracias a todos mis compañeros de viaje, a los que se iniciaron conmigo y con los que sigo soñando parajes.